Como curiosa irredenta que supo ser, una vez jubilada decidió seguir estudiando. Uno de sus sueños había sido poder tocar el solo para corno de su amada quinta sinfonía de Tchaicovsky, y allí fue ,-corno en mano-, hasta su también amado Conservatorio Nacional de Música Carlos López Buchardo, con el propósito de estudiar el instrumento. Llegó a completar el ciclo básico, y aun con algunas dificultades técnicas, pudo cumplir el sueño de tocar ese pasaje sublime de la sinfonía N°5.
Pero hubo otros que se escaparon de lo estrictamente musical. Así fue su paso por el Centro Cultural Ricardo Rojas, en donde se puso a estudiar por las mismas épocas, nada menos que los idiomas árabe y hebreo en simultáneo. Mi madre a veces se excedía en su afán de abarcar, -casi escribo 'abrazar', y creo que quería abrazarlo todo, o casi todo-. Aunque este pasaje fue más que nada una aventura, fue una aventura con sentido, ya que siempre admiró ambas culturas, cosa que no se cansó de decir a quien quisiera oírla.
Siendo yo pequeña, recuerdo que hizo un curso de cultura arábiga, y quien lo impartía ofreció dar una charla en mi propia casa, a la que concurrieron unos cuantos invitados.
Mi madre era amante de las canciones sefaradíes, género que supo cultivar, entre otros tantos.
Ya jubilada, visitó sinagogas en festividades específicas, para escuchar el sonido del shofar. Y más tarde, pudo darse el gran gusto de visitar Egipto.
De hecho, mi padre, - de quien se separó siendo yo muy pequeña-, era de origen judío, aunque no profesaba esa religión, y cuentan por ahí que muchos años después se enamoró de un hombre nativo de países árabes, aunque nadie más que ella lo conoció.
Detalles más, detalles menos, el caso es que mamá era, -como también sabía decir muy a menudo- una 'católica practicante', lo cual fue un hecho comprobable a lo largo de su vida. Sin embargo, su forma de vivir la religión también fue mutando y tornándose más flexible, aunque nunca hubiera sido rígida al respecto, ya que desde el vamos su forma de pensar lo religioso estuvo imbuida de un profundo sentido ecuménico.
Uno de sus sueños musicales más audaces, -junto con otro, del que en algún momento hablaré-, fue el de llegar a componer un oratorio para todos los credos. Y aunque no estoy segura acerca de que existan apuntes propiamente musicales, sí lo estoy de que ella tomara apuntes, armara un plan mental de articulación de diferentes oraciones correspondientes a su vez a distintos credos. Iba recolectando ideas, curiosidades, y documentos, pero no llegó a cumplir su propósito.
Como bien dije al inicio, ésta que soy cree ahora que las personas nos definimos también por la cualidad de eso que dejamos inconcluso, es decir por el monto de vitalidad de nuestros deseos, por la fuerza con que deseamos concretar eso que deseamos, y en este sentido, el sueño de mamá, -o, mejor dicho, uno de los sueños confesados por ella- habla de una cualidad noble, caleidoscópica, humanista y generosa...
Habla de una cualidad cálida, si vale el juego de palabras, como cálida se tornó su mirada sobre la vida.
podría decir que no sé por qué, pero en realidad sí sé que las terribles e ignominiosas imágenes de la guerra atroz que transcurre en estos mismos momentos en esas lejanas tierras, me ha traído el recuerdo del sueño de mamá, que hago propio, y extensivo a la humanidad que necesita alimentarse de esa calidez, y de esa cualidad ecuménica más que nunca.
Bien podría coronar estas palabras con el recuerdo de la frase con la que ella dedicaba en sus últimos años todo lo que escribía, musical o no: "Gloria a Dios!", no sé si emulando al enorme Bach, o sencillamente porque tuvo ganas.
Gloria, entonces, a todo eso que se corresponde con el amor a la vida, y que lo soñemos para hacerlo realidad. Amén